Mensajes de Jesús al Obispo Ottavio
Michelini
16 de Septiembre de 1975
- Señor, ¿Cuál es la participación de nosotros, sacerdotes, en el
Misterio de la Encarnación?
Hijo, ya te he respondido indirectamente a esta pregunta en nuestros
anteriores coloquios.
Todos los cristianos han sido regenerados por la Gracia, todos han sido
hechos hijos de Dios. Este es un hecho tan grande y tan sublime que es
necesario darle un relieve adecuado.
Mira, hijo mío: en este siglo materialista vuestra generación infiel da
más importancia a lo exterior que al hecho sobrenatural del Bautismo, el cual
graba de una manera sustancial el alma del niño para el tiempo y para la
eternidad.
Por consiguiente, no es considerado sino en una mínima parte el Don, no
debido, sino dado con divina generosidad al bautizado.
A este marco pagano que circunda al Bautismo se han adaptado mis
sacerdotes con desenvuelta superficialidad; quiero decir que no ha habido
reacción a este paganismo que, como densa sombra, esconde a los ojos de los
fieles el precioso don de Dios.
Las imperantes costumbres paganas de vida ofuscan las más bellas Realidades
divinas.
La gracia conferida al bautizado transforma y transfigura el alma del
que recibe este Sacramento, hecho posible por el Misterio de la Encarnación.
Por consiguiente, todo bautizado participa en el Misterio de la Encarnación.
Esta participación debe, o debería intensificarse con el desarrollo y el
incremento de mi Vida divina mediante la colaboración requerida y necesaria de
una educación cristiana por parte de los padres y de quienes hacen sus veces.
Esta educación debe ser iniciada desde los primeros meses.
Desgraciadamente ya casi no se acostumbra; nada se ve en el niño de este pueblo
pagano fuera de la naturaleza humana.
Ha faltado y falta por parte de mis sacerdotes la solícita vigilancia
sobre este punto central de la vida cristiana.
Los cristianos participan todos en el Misterio de la Encarnación (por
consiguiente, en mayor medida los sacerdotes) con la firme adhesión a la fe en
este gran misterio.
Si Yo, Verbo de Dios, me he encarnado para poder comunicar a los
hombres mi Vida Divina, para levantarlos, ayudarlos y encaminarlos a la vida
eterna, los hombres, razonablemente, deberían aceptar con alegría todas las
consecuencias derivadas de este gran Misterio, viviendo con fidelidad en su
vida cotidiana.
Hijo, tú mismo puedes considerar cómo el paganismo ha alejado a mis
fieles, y con ellos a muchos sacerdotes míos de la Realidad divina, reduciendo
todo a los más o menos fastuosos ritos paganizantes.
Coherentes con el bautismo
Y ahora respondo directamente a tu pregunta, aunque la respuesta la
puedes encontrar en un coloquio anterior.
Vosotros, sacerdotes, no sois simples cristianos; Yo os he escogido para
ser mis Ministros sobre la tierra. Os he escogido para ser el objeto de mi
predilección y de mi amor.
Yo os he sacado del mundo, aunque dejándoos en el mundo, para que
vosotros seáis instrumentos, colaboradores y corredentores en la realización
del Misterio de la Salvación.
Yo os he revestido de una dignidad y potencia de la que no tenéis plena
conciencia, y de la que bien poco os servís para la eficacia de vuestro
ministerio.
Vosotros deberíais, con mayor rigor, ser firmísimamente coherentes con
vuestro Bautismo, con vuestra Confirmación, con vuestro y mi Sacerdocio.
Como fue para mi Madre, que pronunciando su “fiat”, fue causa de un prodigio
tan grande que cielo y tierra no pueden contener (cuyas consecuencias han
cambiado la suerte de toda la humanidad, en el tiempo y en la eternidad) así es
para vosotros, sacerdotes, que pronunciáis las palabras de la Consagración.
Debéis creer que Yo, Verbo de Dios, me hago Carne y Sangre, Alma y
Divinidad en vuestras manos.
Como mi Madre, en el momento en el que dio su libre, consciente y
responsable consentimiento, provocó la intervención simultánea de Mi, Uno
y Trino, así vosotros en la Consagración provocáis la simultánea intervención
de la Trinidad divina, estando presente también la Madre mía y vuestra.
Creer firmemente
Hijo, si un sacerdote está penetrado y compenetrado por esta fe, si un
sacerdote cree firmemente en esta Realidad divina, testimonio del Amor infinito
de Dios, este sacerdote se transforma; su vida se vuelve maravillosamente
fecunda.
En el Misterio de la Encarnación (que por obra suya, Dios renueva en sus
manos, no sin alguna causa consagradas), él encuentra la fuente inagotable de
los dones de mi Corazón misericordioso. Ninguna potencia adversa los podrá
resistir, porque Yo estoy en él y él en Mí.
Hijo mío, hemos visto juntos otro aspecto de la sordidez que esta
generación incrédula manifiesta. Ámame, tiende a Mí día y noche, recompénsame
con tu amor y con tu fe de la frialdad de tantos ministros míos, a los que amo
mucho y que quiero salvos.
Te Bendigo; contigo bendigo a las personas queridas. Recuerda que mi
Bendición es paraguas de protección y escudo de defensa.