Mensaje de Jesús al Obispo Ottavio Michelini, dado el 17 de Septiembre de 1975, Vigente al 2016
- No sus palabras
- Un hábito apropiado
- El deber de la obediencia
- Excepción en la obediencia
- También mucho bien
Hijo, todos los miembros de un cuerpo tienden armoniosamente a un único
fin; la conservación y el crecimiento del mismo cuerpo.
Así en mi Cuerpo Místico, todos los miembros deberían tender
razonablemente al supremo bien del Cuerpo Místico, que es la salvación de todos
los miembros de los que está formado.
El hecho de que estos miembros sean libres e inteligentes, capaces de
discernir y de querer el bien o el mal, constituye una razón más para que todos
tiendan al bien común. Sin embargo no es así.
Seducidos y engañados muchos miembros, rompiendo la armonía del Cuerpo
del que forman parte, persiguen el mal tenazmente, dañando no sólo a sí mismos,
sino a todos los otros miembros del cuerpo.
Si además, estos miembros son sacerdotes, ellos destruyen la armoniosa
cohesión con un daño incalculable para sí mismos y para la comunidad cristiana
entera.
En mi Iglesia todos los sacerdotes deben tender esforzadamente al bien
común de todas las almas; para esto han sido llamados, sin ninguna excepción.
No hay en Mi
Iglesia distinción de fines: la finalidad es una sola para todos los miembros,
de modo muy particular para mis sacerdotes: salvar almas, salvar almas, salvar
almas.
El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría
ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el último
sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el Santo
Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es hasta más
grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen.
En mi Cuerpo Místico hay muchos miembros terriblemente enfermos de
presunción, de soberbia, de lujuria.
En mi Cuerpo Místico hay muchos sacerdotes obreros, más preocupados por
el lucro que por la salvación de las almas.
Hay muchos sacerdotes orgullosos de su "saber hacer”, es decir de
su astucia. Olvidando que a menudo, aunque no siempre, el arte del saber hacer
es el arte del mentir: esta es la perfidia o la astucia de Satanás.
Vuestro lenguaje sea simple y sincero: si es sí, sí; si es no, no: la
verdad es caridad.
No sus palabras
En Mi Iglesia hay sacerdotes que se predican a sí mismos. En el
rebuscamiento del lenguaje, en la elegancia del decir, y con otros cien
recursos, buscan llamar la atención de los oyentes para hacerlos converger
sobre sí.
Es verdad que mi palabra es por sí misma eficaz, ¡pero mi Palabra, no su
palabra!. Mi Palabra, antes de ser anunciada ha de ser leída, meditada y
absorbida; después dada con humildad y simplicidad.
En mi Cuerpo Místico hay focos de infección, hay llagas purulentas.
En los seminarios hay gente infectada que contamina a aquellos que deben
ser mis ministros del mañana ¿quién puede valorar el mal?
Si en una clínica o en una comunidad se manifiesta una enfermedad
contagiosa, se recurre a los remedios con gran solicitud, con informaciones y
aislamientos, con medidas enérgicas y repentinas. En mi Cuerpo Místico se
manifiestan males mucho más graves, y hay aquiescencia como si nada estuviera
pasando. Miedos y temores injustificados, se dice.
¡No es amor, no es caridad el permitir difundirse los males que llevan a
las almas a la perdición!
Hay abuso exagerado de la Misericordia de Dios como, si con la
Misericordia, no coexistiese la Justicia...
Quién está investido de responsabilidad, actuando con rectitud, no debe
preocuparse por las consecuencias cuando necesita tomar medidas para cortar el
mal en curso.
Hijo, ¿qué decir luego de tantos sacerdotes míos, del modo del todo
irresponsable con el que llevan a cabo una tarea delicadísima, como es la de la
enseñanza religiosa en las escuelas?
De acuerdo que no faltan sacerdotes bien formados y conscientes, que
cumplen sus deberes de la mejor manera. Pero junto a los buenos, ¡cuántos
superficiales, inconscientes, incluso corruptos! Han hecho y hacen un mal
inmenso, en lugar del bien, a los jóvenes, tan necesitados de ser ayudados
moral y espiritualmente.
La comprensión para estos sacerdotes míos no debe justificar licencia.
Un hábito apropiado
De lo alto han sido impartidas disposiciones con relación al hábito
sacerdotal. Mis sacerdotes, viviendo en el mundo han sido segregados del mundo.
Quiero a mis sacerdotes distintos de los laicos, no sólo por un tenor de
vida espiritual más perfecta, sino también exteriormente deben distinguirse con
su hábito propio.
¡Cuántos escándalos, cuántos abusos y cuántas ocasiones más de pecado y
cuántos pecados más!
¡Qué inadmisible condescendencia por parte de los que tienen el poder de
legislar!
Y junto con el poder, tienen también el deber de hacer respetar sus
leyes. ¿Por qué no se hace?
Lo sé: las molestias no serían pocas. Pero Yo no he prometido jamás a
nadie una vida fácil, cómoda, exenta de disgustos.
Quizá teman reacciones contraproducentes. No, el relajamiento
provoca un mayor relajamiento.
Funcionarios estatales, de empresas, de entes militares visten su
uniforme. Muchos sacerdotes míos se avergüenzan, contraviniendo las
disposiciones, compitiendo en coquetería con los mundanos.
¿Cómo, hijo, puedo no dolerme amorosamente? Quien no es fiel en lo poco,
tampoco lo es en lo mucho.
¿Qué decir, luego, del modo en que se administran mis Sacramentos por
tantos de mis sacerdotes? Se va al confesionario en mangas de camisa, y
no siempre con la camisa, sin estola.
Si se debe hacer una visita a una familia de respeto, se ponen la
chaqueta, pero la casa de Dios es mucho más que cualquier familia de respeto.
También está prescrito vestido talar para el ejercicio del propio
ministerio: asistencia a los enfermos, enseñanza en las escuelas, visitas a los
hospitales, celebración de la Santa Misa, administración de los Sacramentos.
¿Quién se pone ahora el vestido talar para todo esto?
Esto, hijo mío, es indisciplina que roña en la anarquía.
¿Que decirte de tantos sacerdotes míos que no tienen tiempo de rezar,
atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque
aparentemente santas?
Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta mi
presencia. Donde Yo no estoy no hay fecundidad espiritual.
Pero cuántos sacerdotes tienen tiempo para ir a ver películas inmorales
y pornográficas, con el pretexto de que se necesita conocer para juzgar. Esta
justificación es satánica.
Los santos sacerdotes, que jamás se permitirían tales inmoralidades, no
serían hábiles para orientar y aconsejar a las almas...
El deber de la obediencia
Aquí tienes hasta qué punto hemos llegado.
Pero lo hay peor todavía. Yo, hijo mío, he constituido la Iglesia
jerárquica, y no se diga que los tiempos han cambiado y que por eso es
necesario cambiar todo.
En mi Iglesia hay puntos firmes que no pueden variar con el mudar de los
tiempos. Jamás podrá ser cambiado el principio de autoridad, el deber de la
obediencia.
Podrá ser cambiado el modo de ejercer la autoridad, pero no podrá ser
anulada la autoridad.
¡No se confunda jamás la paternidad requerida en las altas esferas con
la debilidad! La paternidad no excluye sino, al contrario, exige la firmeza.
Hijo mío, ¿porqué he querido sacar a la luz una parte de los muchos
males que afligen a mi Iglesia? Lo he hecho para poner a mis sacerdotes frente
a sus responsabilidades. Quiero su regreso para una vida verdaderamente santa.
Quiero su conversión porque los amo. Sepan que su conducta a veces es
causa de escándalos y de ruina para muchas almas.
¡No es justo que se
abuse del amor de Dios, confiando en su misericordia e ignorando casi
enteramente su justicia!
Hijo, te he dicho repetidamente que el alud está ya en curso. Sólo el
regreso sincero a la oración y a la penitencia de todos mis sacerdotes y de los
cristianos podría aplacar la Ira del Padre y detener las justas y lógicas
consecuencias de su justicia, siempre movida por el Amor.
He querido decirte esto porque quiero hacer de mi "pequeña gota de
agua que cae hacia abajo" un instrumento para el plan de mi Providencia.
Te bendigo, oh hijo. Quiéreme mucho; reza, repara y recompénsame con tu
amor de tanto mal que arrecia en mi Iglesia.
Excepción en la
obediencia
Sin embargo, reveló Jesús al obispo Ottavio Michelini, no debe olvidarse
que “no obliga obedecer a los obispos
malos”, a los que se salen de la Enseñanza de la sana Doctrina de la Iglesia y
de los Mandamientos de Dios, a los que tuercen el sentido verdadero de las
Sagradas Escrituras o las alteran, dándoles una interpretación personalista o
mundana, y a los que llevan una vida impía o causan escándalo con el desorden
de su vida moral y espiritual, ni a los que invitan a no seguir el ejemplo de
vida de Jesús, fundador y maestro eterno del Cuerpo Místico, de la Iglesia de
Cristo.
También mucho bien
Es bien cierto que en mi Iglesia hay también mucho bien, ¡Ay si no fuera
así! Pero Yo no he venido por los justos; ellos no tienen necesidad. He venido
por los pecadores; ¡a éstos quiero, a éstos debo salvar!
Por eso he dado el toque en alguna de las muchas llagas y heridas, causa
de la perdición de almas.
Se dice que no se va al infierno. O se niega el infierno o se apela a la
Misericordia de Dios que no puede mandar a ninguno al infierno.
No por estas
herejías y errores deja de existir el Infierno. No por esto muchos
impenitentes, también sacerdotes, evitan el Infierno...