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lunes, 14 de marzo de 2016

EL DON DEL BAUTISMO

Mensajes de Jesús al Obispo Ottavio Michelini

16 de Septiembre de 1975

- Señor, ¿Cuál es la participación de nosotros, sacerdotes, en el Misterio de la Encarnación?
Hijo, ya te he respondido indirectamente a esta pregunta en nuestros anteriores coloquios.
Todos los cristianos han sido regenerados por la Gracia, todos han sido hechos hijos de Dios. Este es un hecho tan grande y tan sublime que es necesario darle un relieve adecuado.

Mira, hijo mío: en este siglo materialista vuestra generación infiel da más importancia a lo exterior que al hecho sobrenatural del Bautismo, el cual graba de una manera sustancial el alma del niño para el tiempo y para la eternidad.
Por consiguiente, no es considerado sino en una mínima parte el Don, no debido, sino dado con divina generosidad al bautizado.

A este marco pagano que circunda al Bautismo se han adaptado mis sacerdotes con desenvuelta superficialidad; quiero decir que no ha habido reacción a este paganismo que, como densa sombra, esconde a los ojos de los fieles el precioso don de Dios.
Las imperantes costumbres paganas de vida ofuscan las más bellas Realidades divinas.

La gracia conferida al bautizado transforma y transfigura el alma del que recibe este Sacramento, hecho posible por el Misterio de la Encarnación. Por consiguiente, todo bautizado participa en el Misterio de la Encarnación.

Esta participación debe, o debería intensificarse con el desarrollo y el incremento de mi Vida divina mediante la colaboración requerida y necesaria de una educación cristiana por parte de los padres y de quienes hacen sus veces.
Esta educación debe ser iniciada desde los primeros meses. Desgraciadamente ya casi no se acostumbra; nada se ve en el niño de este pueblo pagano fuera de la naturaleza humana.

Ha faltado y falta por parte de mis sacerdotes la solícita vigilancia sobre este punto central de la vida cristiana.
Los cristianos participan todos en el Misterio de la Encarnación (por consiguiente, en mayor medida los sacerdotes) con la firme adhesión a la fe en este gran misterio.

Si Yo, Verbo de Dios, me he encarnado para poder comunicar  a los hombres mi Vida Divina, para levantarlos, ayudarlos y encaminarlos a la vida eterna, los hombres, razonablemente, deberían aceptar con alegría todas las consecuencias derivadas de este gran Misterio, viviendo con fidelidad en su vida cotidiana.

Hijo, tú mismo puedes considerar cómo el paganismo ha alejado a mis fieles, y con ellos a muchos sacerdotes míos de la Realidad divina, reduciendo todo a los más o menos fastuosos ritos paganizantes.

Coherentes con el bautismo

Y ahora respondo directamente a tu pregunta, aunque la respuesta la puedes encontrar en un coloquio anterior.
Vosotros, sacerdotes, no sois simples cristianos; Yo os he escogido para ser mis Ministros sobre la tierra. Os he escogido para ser el objeto de mi predilección y de mi amor.

Yo os he sacado del mundo, aunque dejándoos en el mundo, para que vosotros seáis instrumentos, colaboradores y corredentores en la realización del Misterio de la Salvación.
Yo os he revestido de una dignidad y potencia de la que no tenéis plena conciencia, y de la que bien poco os servís para la eficacia de vuestro ministerio.

Vosotros deberíais, con mayor rigor, ser firmísimamente coherentes con vuestro Bautismo, con vuestra Confirmación, con vuestro y mi Sacerdocio.
Como fue para mi Madre, que pronunciando su “fiat”, fue causa de un prodigio tan grande que cielo y tierra no pueden contener (cuyas consecuencias han cambiado la suerte de toda la humanidad, en el tiempo y en la eternidad) así es para vosotros, sacerdotes, que pronunciáis las palabras de la Consagración.
Debéis creer que Yo, Verbo de Dios, me hago Carne y Sangre, Alma y Divinidad en vuestras manos.

Como mi Madre, en el momento en el que dio su libre, consciente y responsable consentimiento,  provocó la intervención simultánea de Mi, Uno y Trino, así vosotros en la Consagración provocáis la simultánea intervención de la Trinidad divina, estando presente también la Madre mía y vuestra.

Creer firmemente

Hijo, si un sacerdote está penetrado y compenetrado por esta fe, si un sacerdote cree firmemente en esta Realidad divina, testimonio del Amor infinito de Dios, este sacerdote se transforma; su vida se vuelve maravillosamente fecunda.

En el Misterio de la Encarnación (que por obra suya, Dios renueva en sus manos, no sin alguna causa consagradas), él encuentra la fuente inagotable de los dones de mi Corazón misericordioso. Ninguna potencia adversa los podrá resistir, porque Yo estoy en él y él en Mí.

Hijo mío, hemos visto juntos otro aspecto de la sordidez que esta generación incrédula manifiesta. Ámame, tiende a Mí día y noche, recompénsame con tu amor y con tu fe de la frialdad de tantos ministros míos, a los que amo mucho y que quiero salvos.

Te Bendigo; contigo bendigo a las personas queridas. Recuerda que mi Bendición es paraguas de protección y escudo de defensa.


Han rechazado Mi Evangelio y distorsionado Mi verdad: Jesús. Opuesto en todo a lo que dice y hace el falso profeta Francisco

"Han rechazado Mi Evangelio y distorsionado Mi verdad"

Mensaje de Jesús al Obispo Ottavio Michelini, dado el 19 de Septiembre de 1975, Vigente al 2016


·       Yo amo a las almas; el Infierno sí existe.
·       Han rechazado Mi Evangelio y distorsionado Mi verdad.

Hijo, ¿Para qué sirven gloria, estima, riqueza y salud, prosperidad, ingenio y cultura si luego al final se pierde el alma?
Estas palabras fueron motivo para muchas almas de buena voluntad, de una radical regeneración espiritual o conversión.

Una seria y ponderada reflexión a esta invitación mía, puede llevar a las almas a la conquista de virtudes heroicas, a lograr la perfección y santidad.

Una seria meditación sobre esta advertencia mía ha llevado y puede llevar a muchas almas a descubrir aquella perla preciosa de la que Yo hablo en la parábola, por la que bien vale la pena cortar netamente con el pecado, a través de un resuelto desapego de los falaces bienes y afectos de este mundo. Y seguirme en el camino del Calvario, a cambio de una inmarcesible corona de gloria eterna en la Casa de mi Padre...

Hijo, el alma en pecado es como la piedra que, de lo alto, en virtud de la ley natural de la gravedad, se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída de peso y de velocidad.
El alma en pecado se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída el peso de sus culpas, de sus pasiones. ¿Qué ley natural puede detener e invertir una piedra cayendo de lo alto hacia abajo? ¿Qué ley natural puede invertir la bajada hacia abajo en ascenso hacia lo alto?

Ninguna ley natural puede hacer este milagro. Solamente una ley de orden superior lo podría hacer.
Sólo Yo soy la ley sobrenatural, esto es la Fuerza divina que puede detener al pecador en su ruinosa bajada hacia el precipicio e invertir su rumbo de descenso en subida, hacia lo alto, hacia la Vida.

Esto es lo que más ardientemente deseo hacer con todos los pecadores, pero en particular con mis sacerdotes arrollados por el maligno, por la concupiscencia del espíritu y de los sentidos.
Bastaría una mirada suya hacia Mí crucificado, una invocación suya a mi Corazón misericordioso, y que según el ejemplo de Pedro, me dijeran:  “¡Sálvame, Señor, porque me ahogo entre las olas!”
¡Oh, hijo mío, cómo sería solícito en alargarles mi mano, para traerlos a salvo!

Yo amo a las almas; el Infierno sí existe.

¿Te das cuenta de la trágica situación de muchos sacerdotes míos que están caminando a grandes pasos hacia la condenación eterna de su alma? ¿Puede haber sobre la tierra tragedia más grande,  más horrible que ésta?
¿Puede haber engaño más diabólico que el que se ha difundido en nuestros tiempos, por pseudo - maestros afirmando que el Infierno no existe y que la Misericordia divina no podría permitir jamás la condenación eterna de un alma? Estos propaladores de herejías y errores quisieran anulada la Justicia divina, mientras deberían saber que en Mí, Misericordia y Justicia son indivisibles, porque en Mí son la misma única cosa.

Hijo mío, Yo Soy la Luz que ha venido a este mundo. La Luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la han acogido.

Yo amo a las almas. Quiero la salvación de las almas; para esto he venido, pero tengo necesidad de vosotros, de vuestra colaboración.
Vosotros sois mis miembros, y todos los miembros tienden al mismo único fin.
Yo tengo necesidad de vosotros, para que se cumpla en su plenitud el Misterio de la salvación.
Según mi ejemplo, según el ejemplo de mi Madre Santísima, de los mártires, de los santos, debéis abrazar generosamente vuestra cruz y seguirme. Si la cruz os parece pesada, vosotros sabéis que Yo estoy en vosotros para aliviar el peso.
Hijo, te he dicho y te lo repito: éste es un deber de justicia y de caridad; nadie se puede sustraer de él, mucho menos mis ministros.

Han rechazado Mi Evangelio y distorsionado Mi verdad.

No temas, estoy Yo para conducirte. Ve hacia adelante, no retrocedas y no te preocupes. Han rechazado mi Evangelio, han distorsionado mi verdad, no han creído a las almas víctimas, a las que he hablado. En sus palabras he puesto el sello de mi gracia; han resistido a todo.

He dictado a María Valtorta, alma víctima, una obra maravillosa. Yo soy el autor de esta obra. Tú mismo te has dado cuenta de las rabiosas reacciones de Satanás.[1]
Tú has comprobado la resistencia que muchos sacerdotes oponen a esta obra que si fuera, no digo leída, sino estudiada y meditada llevaría un bien grandísimo a muchas almas. Ella es fuente de seria y sólida cultura. (1)

Pero frente a esta obra, a la que está reservado un gran éxito en la Iglesia renovada, se prefiere la basura de tantas revistas y de libros de presuntuosos teólogos.
Te bendigo como siempre. Ámame mucho.

(1)   “EL HOMBRE DIOS”, María Valtorta, Centro Editoriale Valtortiano (11 Volúmenes). En varios idiomas.