Mensaje de Jesús al Obispo Ottavio Michelini el 22 de Septiembre de 1975, Vigente al 2016
Ob.Ottavio Michelini
- La familia de Dios y las almas en el Purgatorio.
- La vida continúa
- Recursos inutilizados: ayuda mutua entre vivos y almas en el Purgatorio.
Hijo, te he dicho repetidamente que Yo soy el Amor; donde hay amor
estoy Yo.
Yo Soy el Amor Infinito, Eterno, Increado, venido a
la tierra a reconciliar y por consiguiente reunir con Dios a la humanidad
arrancada del odio.
El amor por su naturaleza tiende a la unión, como el odio por su
naturaleza tiende a la división.
Nosotros somos Tres, pero el Amor Infinito nos une íntimamente en Uno
solo, en una sola naturaleza, esencia y voluntad.
El amor me ha llevado a Mí, Verbo eterno de Dios hecho carne, a
inmolarme a fin de que se diese a todo hombre la posibilidad de unirse en Mí a
Dios, y formar Conmigo una sola cosa, como Yo soy una sola cosa con mi Padre
que me ha enviado.
Hijo, desde hace más de cien años el Materialismo como sombra oscura y
densa, envuelve buena parte de la humanidad.
Él ha ofuscado también en mi Cuerpo Místico, esto en el alma de muchos
fieles y sacerdotes, el dogma de la Comunión de los Santos que es una realidad
espiritual grandiosa, viva, verdadera y operante en Cielo y tierra.
No hay términos aptos para explicar su grandeza, potencia y actuación
vibrante de amor y de vida. No hay palabras en vuestro lenguaje, aptas
para hacer comprender el invisible, misterioso intercambio que encuentra su
centro en mi Corazón misericordioso.
Pocas son las almas que han comprendido, y pocos son también los
sacerdotes que, además de creer abstractamente, viven activamente en esta
Comunión con los bienaventurados comprensores[2] del
Paraíso, con las almas en espera en el Purgatorio y con los hermanos militantes
en la tierra.
La muerte, contrariamente a los prejuicios con respecto a ella, no pone
fin a la actividad de las almas. La muerte que, con palabra más precisa
deberíais llamar "tránsito", es un pasar del tiempo a la eternidad,
que no es poner fin a la actividad del alma, sea en el bien, sea en el mal.
La familia de Dios y las almas en el Purgatorio.
En cualquier familia ordenada en el amor, cada miembro que la
constituye, concurre al bien común en un intercambio de bienes dados y
recibidos en una comunión armoniosa.
En un grado con mucho superior, así es en la gran Familia de todos los
hijos de Dios: militantes en la tierra, en espera en el Purgatorio y
bienaventurados en el Paraíso.
Por tanto es necesario, con el fin de volver cada vez más rica de frutos
divinos la fe en esta Realidad divina y humana, brotada de mi Inmolación en la
Cruz, tener sobre ella ideas precisas.
Se debe:
1) Creer firmemente en el dogma
de la Comunión de los Santos.
2) Cuando se habla de la familia de los hijos de Dios, los
sacerdotes deben dejar bien claro que a esta familia pertenecen los peregrinos
en la tierra, las almas en espera en el Purgatorio y los justos del Paraíso,
esto es los santos.
3) Los sacerdotes (muchos de los cuales ponen el acento casi
exclusivamente en las cuestiones sociales en favor de los hermanos militantes,
deplorando con razón las injusticias perpetradas) olvidan casi siempre las
injusticias más graves hechas en perjuicio de los hermanos que están en el
Purgatorio.
Para tal gravísima omisión se necesita o no creer
en el Purgatorio o no creer en el tremendo sufrimiento al que las almas
purgantes están sometidas.
La necesidad de ayuda de las almas en espera es
bastante más grande que la de la criatura humana que más sufre en la
tierra.
El deber en fin de caridad y de justicia hacia las almas en pena es más
acuciante para vosotros en cuanto que, no raras veces, hay allí almas
purgantes que sufren por culpa de vuestros malos ejemplos, porque habéis sido
cómplices con ellas en el mal o en cualquier forma ocasión de pecado.
Si la fe no es operante, no es fe.
La vida continúa
Hijo mío, se necesita hacer entender con claridad que la vida continúa
después de la tumba.
Todos aquellos que
os han precedido en el signo de la fe, sea que estén en el Purgatorio o ya en
el Paraíso, todavía os aman con amor más puro, más vivo y más grande.
Están animados por un gran deseo de ayudaros a superar las duras pruebas
de la vida para que alcancéis, como ellos ya han alcanzado, el gran punto de
llegada, el fin de la vida misma.
Ellos conocen ya muy bien todos los peligros que acechan a vuestras
almas.
Pero su ayuda con respecto a vosotros, está condicionada en buena medida
por vuestra fe y vuestra libre voluntad para acercaros a ellos con la oración y
con la confianza en su eficacísimo patrocinio ante Dios y la Virgen Santísima.
Si los sacerdotes y los fieles están animados de
vivísima fe, conscientes de los inagotables recursos de gracias, de ayudas y
de dones que pueden obtener de este Dogma de la Comunión de los Santos, verán
centuplicado su poder sobre las fuerzas del Mal.
Yo he dotado a mi gran Familia de riqueza y potencia insondable y la
robustezco con la fuerza invencible de un Amor infinito y eterno.
Recursos inutilizados: ayuda mutua entre vivos y almas en el Purgatorio.
Mis sacerdotes instruyen a los fieles con palabras simples y claras,
diciendo que vuestros hermanos que han cumplido ya en la tierra el periplo de
su vida temporal, no están divididos de nosotros, no están lejanos de vosotros.
Decid también que no están inertes y pasivos a vuestro respecto sino
que, en un nuevo estado de vida más perfecta que la vuestra, os están cercanos,
os aman. Ellos toman parte, en medida de la perfección alcanzada, en todas las
vicisitudes de Mi Cuerpo Místico.
Os repito que ellos
no pueden descartar vuestra libertad pero, si son solicitados por vuestra fe y
por vuestras invocaciones, os están y estarán cada vez más cercanos en la
lucha contra el Maligno.
Os miran, os siguen e intervienen en la medida determinada por vuestra fe
y por vuestra libre voluntad.
Hijo mío, ¡qué inmensos tesoros ha predispuesto mi Padre para vosotros!
¡Cuán inmensos recursos inutilizados!
¡Cuántas posibilidades de bien dejadas caer en el vacío!
Se afirma creer, pero no hay más que un mínimo de coherencia con la fe
en la que se dice creer.
Te bendigo. ¡Ámame!